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Clarisas
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En el primado de Dios y de su Palabra, vividas en la radicalidad de San Francisco y de Santa Clara, se encuentra la doble característica de su carisma, que les lleva a una vida intensa en Dios. Una escucha atenta y profunda a Dios y al hombre. Sobre todo a quien está sufriendo y es marginado y obligado a vivir inhumanamente. Punto de partida que se encuentra en la minoridad que los hace solidarios con los últimos de la sociedad y que es a la vez dinámica, contemplativa y transformante. Es la minoridad de amor hasta el extremo, la gratuidad del amor absoluto.
Parten de que cada uno de nosotros somos un espejo, en el que estamos llamados a reflejar la imagen de Jesús; la manifestación de la gloria de Dios en nosotros mismos:
– La persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Por ello estamos llamados a vivir en comunión y ser morada de Dios. De participar en su Ser divino para ser imagen suya. De esta imagen provine la dignidad divina de todo ser, por lo que todo ser tiene que valorarse y respetarse.
– El Hijo es imagen de Dios invisible, el Verbo encarnado que nos configura y que, a través de la Cruz, reconcilia todas las cosas con Dios. Por eso hemos de mirar y escuchar al Verbo encarnado contemplándolo amorosamente. La contemplación amorosa del Hijo “nutre” la vida del orante, de los que siempre buscan a Dios en todo momento. El franciscano está marcado por el amor, en mística de adoración, que lo lleva hacia una entrega radical a los hombres, a la naturaleza y a Dios.
– Contemplación que lleva al creyente a transformarse en icono de Dios, en imagen renovada de Dios. Esta convicción era profunda en Francisco y en Clara, es la teología del camino, de Cristo camino. Jesucristo es el camino para ir al Padre.
La mirada y la escucha son las dos características básicas que ayudan en la contemplación. La primera centrada en la admiración, en la alabanza y la adoración. La segunda, en la reflexión, en el seguimiento y en la acción. Es el trabajo por la paz, la justicia y la fraternidad.
Para Francisco la vida exige “orar siempre”. La contemplación comporta el principio de la fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. Fidelidad a la misión, que es lo mismo que fidelidad al seguimiento de Jesús. En un compromiso de transparentar siempre el amor del Padre. La vida toda debe llevarnos a ser espejo del amor de Dios Uno y Trino y de la Madre dulcísima.
La fidelidad creativa en el camino del Señor, en la contemplación, induce a tiempos fuertes de oración personal y fraterna en el servicio pastoral, en el trabajo y en la Orden. A una vivencia pastoral que apunta hacia un nuevo modelo de Iglesia menos institucional, más comunitaria y más fraterna.
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